EDITORIAL JUNIO
Clara Fontana nos habla de lo que ha supuesto la 11ª promoción del Colegio, que se graduó el pasado viernes. Son los primeros alumnos 100% Kolbe.
El pasado viernes 8 de junio despedíamos a la 11ª promoción del Colegio, la primera 100% Kolbe. Muchos de estos maravillosos jóvenes empezaron hace 15 años su travesía por el Kolbe cuando eran los primeros ratones del Colegio, con Chus y Puri como tutoras.
Cada año llega este momento, envuelto en medio del maremágnum del final de curso, y aunque estemos inmersos en los líos y preocupaciones propios de este periodo del año, lo que me invade es un agradecimiento enorme. El agradecimiento nace de verles a ellos, a cada uno de nuestros alumnos. Son, sin duda, lo mejor de nuestro trabajo, su fruto maduro y visible. Y verles me llena de esperanza, algo sin lo cual es imposible vivir. La finalidad de nuestro trabajo adquiere un enorme sentido en este día en el que mandamos a estos hombres y mujeres al mundo.
El agradecimiento se dirige a muchas personas que han contribuido a hacer de estos jóvenes lo que son hoy. Ante todo, a sus padres, a los que les agradecemos de todo corazón que nos hayan confiado todos estos años lo mejor que tienen, sus hijos; al equipo directivo del Colegio, cuya labor – muchas veces oculta – ha sido mucho más esencial en su formación de lo que imaginan; a todos y cada uno de sus profesores, con especial mención a sus tutores: gracias por tantos desvelos.
Es innegable que cada promoción tiene sus batallas y la que ahora termina ha dado guerra, pero es también muy cierto que nos hemos divertido mucho enseñándoles. Han sido grandes discutidores y protestones, lo cual a veces es agotador, pero también divertido; también han sido muy alegres; y todavía no sabemos cómo lo hacían algunos para comunicarse estando cada uno en un extremo de la clase, pero ¡lo hacían!. Además de ese carácter protestón – signo de un corazón grande, lleno de exigencias, sobre todo de justicia -, ellos han aprendido a fiarse, han confiado en nosotros y han seguido nuestras propuestas.
El que es sencillo percibe enseguida cuándo alguien le estima, aunque eso pase por tener que tragar a veces un jarabe amargo. El que es sencillo se fía cuando ve que quien tiene delante es de fiar. Y en ese camino de sencillez han crecido – no sin luchas y rebeldías – dejándose hacer, siguiendo lo que se les proponía y hoy podemos decir con orgullo que se han convertido en hombres y mujeres hechos y derechos. Y esto lo decimos muy conscientemente, porque han sabido afrontar este último año tan duro, algunos llevando mucho lastre a sus espaldas (el sufrimiento en sus familias; el agobio y la ansiedad, tan difíciles de controlar a veces; la frustración por el esfuerzo no recompensado como esperaban y seguramente como merece; las dificultades en las relaciones; …).
Como decía el lema de su clase, que les ha presidido todo el año: “Ningún mar en calma hizo experto a un marinero”.
Para terminar, quiero compartir las palabras de una persona que he descubierto recientemente leyendo un libro, Requiem por Nagasaki. Se llama Takashi Nagai y fue un médico japonés que vivió solo 43 años, murió en 1951 y que vivió una vida intensa y apasionante, no exenta de dolor y dificultades. El era un gran amante de la poesía haiku, un tipo de poema del Japón muy corto, que evoca en pocas palabras el asombro y la emoción ante la naturaleza. Pero sobre todo fue un gran buscador, un hombre siempre atento a su corazón, y eso le llevó por caminos totalmente inesperados. Él decía lo siguiente:
“Hay gente que escribe poesía haiku para ganarse la vida. ¿Sabes lo que pienso? Deberíamos hacer que nuestras vidas fueran poesías haiku. Ya trabajes duro en una fábrica ruidosa, bregues en un barco de pesca o luches por sobrevivir en una tienda deslucida. Hay gente que ha escrito poemas haiku inspirada en situaciones tan prosaicas como esas. Y nosotros, si de verdad queremos, podemos convertir cualquier tarea, las 24 horas de cada día, en un poema. Desde luego, primero tenemos que tener un alma que sea seria y luminosa al mismo tiempo. Tenemos que ver más allá de la superficie de las cosas, buscar la belleza escondida de todo y descubrir las cosas gloriosas que nos rodean. Así cada día se hace un poema haiku.”
“Hay gente que hace su trabajo porque tiene que hacerlo. Hacen la tarea, pero, en cuanto a libertad y alegría se refiere, pagan un precio. Los niños, por otra parte, juegan sus juegos con todo su ser porque conocen la libertad y la alegría. ¿Y no nos dijo alguien que teníamos que hacernos como niños?”
Pues este es mi mayor deseo hoy para quienes han recorrido el camino con nosotros: que se mantengan con la alegría y la sencillez de los niños. Ojalá donde vayan, hagan lo que hagan, sean gente que pone todo su corazón en lo que hace, como hacen los niños, y su vida se vaya convirtiendo en un poema haiku.
Creo que hablo en nombre de todos los profesores: os llevaremos siempre en el corazón, con vuestra sencillez y alegría de adolescentes, esperando encontrarlas cuando volváis, envuelta en la madurez de los jóvenes – que ya sois – y de los adultos que seréis.