¡Nace el Salvador! ¡Qué milagro!
Cierto, puede que nos esperemos otra cosa cuando pensamos en un salvador. Puede que pensemos en un héroe, en una persona con super-poderes, como vemos en muchas películas. No nos dejemos engañar: el verdadero poder de Dios toda su fuerza, es a menudo silenciosa. La descubrimos poco a poco, amándolo y dejándonos amar por él.
Dios no quiere hacer magias que nos obligan a rendirnos a un poder que nos aplasta; quiere estar con nosotros y ser compañero de nuestra vida, para que, como él se hizo niño y vino a vivir con nosotros, nosotros podamos, estando con él, llegar a vivir la alegría plena y verdadera que deseamos.
La primera en descubrir todo esto fue María, que conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. A ella le pedimos que nos ayude a hacer lo mismo, y que comparta su felicidad con nosotros y con las personas que queremos:
Dios te salve, María,
Llena eres de gracia,
El Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres,
Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, madre de Dios,
Ruega por nosotros pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.