Todos nos hemos visto impactados y sobrecogidos por lo acontecido en Valencia. Apenas podíamos creer que algo así pudiera suceder tan cerca, en nuestra misma patria: “¿Cómo es posible que suceda algo así? ¡Qué frágil y vulnerable es nuestra vida!” Igual que cuando llegó la pandemia del Covid, estas preguntas y evidencias nos saltaron a la cara enseguida según íbamos conociendo las dimensiones de la tragedia. Y, casi a la vez, surge un movimiento que nace del corazón y llega hasta las manos y los bolsillos. Hemos asistido al espectáculo impresionante de gente de todas las edades – ¡cuántos jóvenes, qué maravilla! – que ha querido ayudar con su presencia, con su dinero, con su tiempo para no dejar solos a quienes percibimos de forma inmediata como compañeros de camino, hermanos, amigos.
Todos estos hechos nos desvelan de qué está hecha la vida y el corazón humano: junto a la vulnerabilidad y la impotencia ante la muerte, el dolor y el sufrimiento, la necesidad de abrazar, de acompañar, de ayudar. Y una pregunta, casi una exigencia: ¿Qué significado tiene la vida de cada uno, en medio del dolor, de la pérdida, del sufrimiento? ¿Qué valor y qué significado la de los que han muerto de forma tan trágica e inesperada?
Sin embargo, según han pasado los días, han aparecido los riesgos, casi diríamos las tentaciones, porque nos alejan de la verdad del primer impacto: el ruido político y mediático, la violencia, el morbo y la distracción que nos anestesian frente a estas preguntas y al dolor ajeno, los análisis y discusiones en los que el objetivo fundamental es encontrar culpables.
Tenemos una grave responsabilidad educativa. Hemos visto con asombro y alegría cómo muchos de nuestros antiguos alumnos se han movilizado el pasado fin de semana para conseguir ayuda material para los valencianos. Pero también vemos cómo acecha, por un lado, la sobreexposición a vídeos o noticias que alimentan solo el morbo o la violencia, por otro, la indiferencia, como si lo sucedido no me afectara o no tuviera nada que ver conmigo. También es un riesgo dejar que el impacto se quede al nivel de los sentimientos, sin profundizar en por qué siempre es un bien ayudar, cuidar o simplemente llevar en el corazón el dolor ajeno o en la necesidad de sentido que clama toda nuestra vida.
En nuestro proyecto educativo hay un gran lema: educar es introducir en la realidad según la totalidad de sus factores. Esto se debe hacer de forma proporcionada a la edad de los niños, puesto que hay imágenes o comentarios que los más pequeños no van a poder digerir. Pero también significa que debemos acompañar y acompañarnos para estar delante de la realidad completa, no solo de algunos de sus aspectos, sin esquivar la gran pregunta sobre el significado que emerge como un grito en cuanto miramos a fondo, especialmente para los mayores.
Dado que no estamos en Valencia, tenemos que decidir a través de qué ojos mirar. El otro día el párroco de una de las localidades más afectadas por la situación decía que él solo podía hacer lo mismo que Cristo, no bajarse de la Cruz y estar al lado de la gente, pidiendo ayuda a Dios, porque muchas veces no podremos con ello o nuestra contribución parecerá una gota en el océano. Pero el bien que puede suponer un gesto de amor hecho con gratuidad y ofrecido a Dios es incalculable. Cuidemos a nuestros alumnos para que arraigue en ellos un corazón abierto a los demás y un juicio profundo sobre los acontecimientos.
Como Colegio, vamos a colaborar con la ONG CESAL, presente en Valencia desde hace años. La ONG está identificando las necesidades en los colectivos más ligados a su trayectoria (población especialmente vulnerable, centros educativos, parroquias y hostelería) para dirigir una ayuda sostenida en el tiempo, que incluirá programas de reinserción laboral y acompañamiento en formación.
Más información sobre la campaña de Cesal aquí.
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